viernes, 16 de mayo de 2014

Lo que el desastre minero dice sobre Turquía

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La explosión en una mina de Soma, en el oeste de Turquía, ha causado, por el momento, la muerte de 250 personas y supone un desastre sin paliativos. Turquía ya no tiene una prensa libre (Freedom House ha tomado la decisión sin precedentes de considerarla “no libre”) y, por tanto, es importante rellenar algunos de los huecos y añadir cierto contexto relativo al comportamiento del primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, porque con ello se refleja la clase de autocracia religiosa que Erdogan preside con puño de hierro.
En primer lugar, el desastre minero refleja la incompetencia de Erdogan y sus compinches. Cualquier crítica del statu quo, por constructiva que sea, es considerada por el mandatario como un ataque personal que hay que desviar y contra el que hay que tomar represalias, en vez de afrontar la cuestión. Hace menos de un año, su ministro de Energía alabó a la dirección de la mina por priorizar la seguridad de los trabajadores. Y, hace tan sólo 20 días, Erdogan se valió de su supermayoría en el Parlamento para bloquear una propuesta del opositor Partido Popular Republicano (CHP), en la que se instaba a iniciar una investigación parlamentaria para examinar los problemas de seguridad en las minas de carbón. El CHP planteó la cuestión basándose en numerosas quejas de mineros por las medidas de seguridad laxas o incumplidas en sus minas. Erdogan se negó a ello: es mejor enterrar informes sobre problemas o fallos de seguridad que reconocer que semejantes cosas suceden estando su partido al mando.
En segundo lugar, en vez de reconocer que este terrible accidente podría haberse evitado o, lo que quizá sea más realista, de actuar para determinar cómo podría haberse evitado, también con el fin de prevenir que se pueda repetir, Erdogan se ha limitado a declarar que el accidente es obra del destino o una “decisión divina”. Para el primer ministro, el éxito es consecuencia de su propia sabiduría y el fracaso es culpa de Dios. Como replica irónicamente uno de mis corresponsales en un email en el que responde a los comentarios de Erdogan: “Lo que no entiendo es por qué Dios nos castiga a nosotros y no a Alemania, a Estados Unidos o incluso a Polonia. No debemos de gustarle.”
Como si estuviera previsto, ahora el Gobierno turco está empleando la fuerza para reprimir las manifestaciones en las que se cuestionan las acciones gubernamentales. Bienvenidos a Turquía: una autocracia caracterizada por una burda incompetencia, pero, según Erdogan, exigir otra cosa sería interferir con la voluntad divina.
Hace tan sólo 20 días, Erdogan se valió de su supermayoría en el Parlamento para bloquear una propuesta del opositor Partido Popular Republicano (CHP), en la que se instaba a iniciar una investigación parlamentaria para examinar los problemas de seguridad en las minas de carbón

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